TALLER LITERARIO


Tabla de contenido

  1. ¿Por qué Ediciones "Igitur"? 
  2. Igitur, de Stéphane Mallarmé
  3. Nuestros traductores
  4. Ideas sobre la traducción
  5. Rosa Lentini
  6. Ricardo Cano Gaviria

¿Por que Ediciones "Igitur"?

     Igitur, conjunción latina que se puede traducir por "así pues", "puesto que", es también el nombre de un famoso poema en prosa de Sthéphane Mallarmé, uno de los poemas más enigmáticos, y acaso también emblemáticos, de  la poesía moderna... 

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Igitur, por Stéphane Mallarmé (fragmento de la versión incluida en Cien años de Mallarmé)

                                                                      Traducción de Ricardo Cano Gaviria

[ARGUMENTO]

4 FRAGMENTOS:

1.La Medianoche

2.La escalera

3.La jugada de dados

4.El sueño sobre las cenizas, después de apagar la vela.

Más o menos lo que sigue:

Suena la Medianoche - La Medianoche en que deben lanzarse los dados. Igitur desciende las escaleras, del espíritu humano, va al fondo de las cosas: como ‘‘absoluto’’ que es. Tumbas - cenizas (no sentimiento, ni espíritu) neutralidad. Recita la predicción y hace el gesto. Indiferencia. Silbidos en la escalera. ‘‘Os equivocáis’’- ninguna emoción. Lo infinito sale del azar, que habéis negado. Vosotros, matemáticos expirasteis - yo, proyectado absoluto. Debía acabar en Infinito. Simplemente palabra y gesto. En cuanto a lo que os digo para explicar mi vida. No quedará nada de vosotros. Lo infinito escapa finalmente a la familia, que lo ha padecido -viejo espacio- no hay azar. Ella ha tenido razón en negarlo -su vida- para que él haya sido lo absoluto. Esto debía haber ocurrido en las combinaciones de lo infinito frente a lo absoluto. Necesario -extrae la Idea. Locura útil. Uno de los actos del universo acaba de cometerse allí. Luego nada, quedaba el soplo, fin de palabra y gesto unidos - apaga la vela del ser, por la que todo ha sido. Prueba.

(Profundizar todo esto)

                                                             I

LA MEDIANOCHE

Ciertamente subsiste una presencia de Medianoche. La hora no ha desaparecido en un espejo, ni se ha ocultado en los cortinajes, evocando un mobiliario con su vacante sonoridad. Recuerdo que en la ausencia su oro iba a fingir una joya nula de ensoñación, supervivencia rica e inútil, salvo que en la complejidad marina y estelar de una orfebrería se leía el infinito azar de las conjunciones.

Revelador de la medianoche, no ha indicado nunca, sin embargo, coyuntura como ésa, porque he aquí la única hora que ha creado; y de lo Infinito se separan, las constelaciones y el mar, que permanecen, en la exterioridad, como recíprocas nadas, para dejar que la esencia, unida a la hora, haga el presente absoluto de las cosas.

Y de la Medianoche queda la presencia en la visión de una cámara del tiempo donde el misterioso mobiliario aquieta un vago temblor de pensamiento, rotura luminosa del retorno de sus ondas y de su crecimiento primero, mientras se inmoviliza (en un móvil límite), el lugar anterior de la caída de la hora en una calma narcótica de yo puro largamente soñado; pero cuyo tiempo se descompuso en los cortinajes sobre los que se detuvo, completándolos en su esplendor, el estremecimiento amortiguado, en el olvido, como una languideciente cabellera en torno a un rostro iluminado de misterio, de inútiles ojos semejantes al espejo del huésped, carente de toda significación y presencia.

Es el sueño puro de una Medianoche, desaparecida en sí, y cuya Claridad reconocida, que sólo permanece en el seno de su culminación hundida en la sombra, resume su esterilidad en la palidez de un libro abierto que ofrece la mesa; página y habitual decorado de la Noche, si es que aún subsiste el silencio de una antigua palabra por él proferida‚ en el cual, ya vuelta, la Medianoche evoca su sombra acabada y nula con estas palabras: Yo fui la hora que debe hacerme puro.

Desde hace mucho muerta, una antigua idea se contempla tal en la claridad de la quimera en que ha agonizado su sueño, y se reconoce por el inmemorial gesto vacante con el que se invita, para terminar el antagonismo de este sueño polar, a entregarse, con la claridad quimérica y el texto cerrado, al Caos de la abortada sombra y de la palabra que absolvió Medianoche.

Inútil, del mobiliario consumado que se acumulará en tinieblas como los cortinajes, ya recargados en una forma que permanecerá para siempre, mientras que, virtual resplandor, producido por su propia aparición en el reverberar de la oscuridad, destella el fuego puro del diamante del reloj, única supervivencia y joya de la Noche eterna, la hora se formula en este eco, en el umbral de los paneles de la Noche abiertos por su acto: ‘‘Adiós, noche, que fui tu propio sepulcro, pero que, si sobrevive la sombra, se metamorfoseará en Eternidad’’.

II

ABANDONA LA HABITACION Y SE PIERDE

EN LAS ESCALERAS

(en vez de bajar a caballo en el pasamanos)

Desaparecida la sombra en la oscuridad, la Noche quedó con una dudosa percepción de péndulo que va a apagarse y expirar en sí; pero en lo que brilla y va, expirando en sí, a apagarse, ella advierte que lo lleva todavía; pues es de ella de quien, sin duda, se escucha el latido, cuyo ruido total y para siempre despojado cayó en su pasado.

Por un lado si el equívoco cesó, persiste por el otro un movimiento, marcado con más fuerza por un doble golpe, que ya no alcanza o todavía no su noción, y cuyo roce actual, tal como debe ocurrir, llena confusamente el equívoco o su interrupción: como si la caída total, que había sido el choque único de las puertas de la tumba, no ahogase al huésped irreversiblemente; y en la incertidumbre, nacida probablemente del cariz afirmativo, prolongada por la reminiscencia del vacío sepulcral del golpe en cual se confunde la claridad, se presenta una visión de la caída interrumpida de paneles, como si fuera él mismo quien, dotado del movimiento sus-pendido, lo volviera sobre sí en la vertiginosa espiral con-siguiente; y ella debía ser indefinidamente huidiza, si una opresión creciente, peso gradual del que uno no se daba cuenta, a pesar de que fue explicado en conjunto, no hubiese implicado la evasión cierta en un intervalo, la interrupción; donde, desde que expiró el golpe, y que ellas se confundieron, nada, en efecto, volvió a oírse: sólo el batir de alas absurdas de algún huésped con terror de la noche golpeado en su pesado sueño por la claridad y prolongando su huida indefinida.

Pues, por el jadeo que había rozado este sitio, no había ninguna última duda de sí, que por azar moviese sus alas al pasar, sino el familiar y continuo frotamiento de una edad superior, de la que tanto y tanto genio tuvo el cuidado de recoger en su sepulcro toda su ceniza secular para mirarse en un yo limpio, y que ninguna sospecha remontase el hilo aracneano - para que la última sombra se mirase en su propio yo, y se reconociera en la multitud de sus apariciones incluidas en la estrella nacarada de su nebulosa ciencia sostenida en una mano, y al aúreo destello del broche herál-dico de su volumen, en la otra; del volumen de sus noches; tal, ahora, viéndose para que ella se vea, ella y pura, la Sombra, teniendo su última forma que pisa, tras ella, acostada y extendida, y luego, ante ella, en un pozo, la extensión de capas de sombra, restituida a la noche pura, de todas sus noches semejantes aparecidas, de capas separadas para siempre de ellas y que sin duda no conocieron -lo que no es, lo sé, más que la prolongación absurda del ruido del cierre de la puerta sepulcral cuya entrada evoca la de este pozo.

Esta vez, ya no hay duda; la certidumbre se refleja en la evidencia: en vano, reminiscencia de una mentira, de la que era la consecuencia, la visión de un lugar aparecía aún, tal como debía ser, por ejemplo, el intervalo esperado, teniendo, en efecto, por paredes laterales la doble oposición de los paneles, y frente a frente, delante y detrás, la abertura de ninguna duda, repercutida por la prolongación del ruido de los paneles, donde huye el plumaje, y desdoblado por el equívoco explorado, la simetría perfecta de las deducciones previstas desmentía su realidad; no era posible equivocarse: era la conciencia de sí (a la que el mismo absurdo debía servir de lugar) -su logro.

Ella se presenta igualmente en ambas superficies de paredes resplandecientes y seculares, no guardando de sí en una mano más que la claridad opalina de su ciencia y en la otra su volumen, el volumen de sus noches, ahora cerrado: del pasado y del futuro que, al llegar al pináculo del yo, la sombra pura domina perfectamente y acaba, fuera de ellos. Mientras que delante y detrás se prolonga la mentira explo-rada de lo infinito, tinieblas de todas mis apariciones reunidas, ahora que el tiempo ha cesado y ya no las divide, caídas de nuevo en un pesado sueño, masivo (durante el ruido escuchado antes), en cuyo vacío escucho los latidos de mi propio corazón.

No me gusta este ruido: esa perfección de mi certidumbre me fastidia: todo es demasiado claro, la claridad muestra el deseo de una evasión; todo es demasiado brillante, me gustaría entrar en mi Sombra increada y anterior, y mediante el pensamiento despojar el disfraz que me ha impuesto la necesidad, de habitar el corazón de esta raza (que oigo latir aquí) único resto de ambigüedad.

A decir verdad, en esa inquietante y bella simetría de la construcción de mi sueño, ¿cuál de las dos aberturas tomar, puesto que ya no se presenta el futuro en una sola de ellas? ¿No son ambas, siempre equivalentes, mi reflexión? ¿Debo seguir temiendo el azar, este antiguo enemigo que me dividió en tinieblas y tiempo creados, sosegados ambos en una misma suma? ¿Y no está hacia el fin del tiempo, que trajo el de las tinieblas, anulado él mismo?

(cuchicheo)

En efecto, la primera en llegar se parece a la espiral precedente: el mismo ruido escandido -y el mismo roce: pero como todo ha concluido, nada puede ya atemorizarme: mi terror, que se había adelantado bajo la forma de un ave, está muy lejos: ¿no ha sido reemplazado por la aparición de lo que fui?, y cómo me gusta reflexionar ahora, a fin de liberar mi sueño de este ropaje.

¿Este escandimiento no era el ruido del avance de mi personaje que ahora lo continúa en la espiral, y este roce el roce incierto de su dualidad? En fin, no es el vientre velloso de un huésped inferior a mí, cuyo resplandor ha golpeado a la duda, y que se ha salvado con un aleteo, sino el busto de terciopelo de una raza superior que la luz hiere, y que respira en un aire sofocante, de un personaje cuyo pensamiento no tiene conciencia de sí mismo, de mi último rostro, separado de su personaje por un cuello aracneano y desconocido: por eso, ahora que su dualidad está separada para siempre, y que incluso ya no escucho a través de él el ruido de su avance, voy a olvidarme a través de él y disolverme en mí mismo.

Su choque vuelve a ser vacilante como antes de tener la percepción de sí: era el escandimiento de mi medida, cuya reminiscencia vuelve a mí prolongada por el ruido en el corredor del tiempo de la puerta de mi sepulcro, y por la alucinación; y, así como ha sido realmente cerrada, debe abrirse ahora para que mi sueño se explique.

Ha sonado para mí la hora de partir; la

pureza del espejo se establecerá, sin este personaje, imagen de mí -¡pero él llevará la luz!- ¡la noche! Sobre los muebles vacíos, el Sueño ha agonizado en este frasco de vidrio, pureza, que encierra la sustancia de la Nada.

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Nuestros traductores

Del italiano: Carlos Vitale (argentino), Carlo Frabetti (italiano),  Alessandra Merlo (italiana); del ruso, Jesús García Gabaldón (español); del alemán, Sonia Almau (española), Olivier Giménez López (español); del ingles, Pep Verges (catalán), Alison Bartolo, Alfredo Martínez (español), José Francisco Ruiz-Casanova (español), Eli Tolaretxipi (vasca); del francés, Mar-i-cel Perera Valls (española),  Rafael-José Díaz (español).

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Ideas sobre la traducción

[En construcción.]

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Rosa Lentini

ROSA LENTINI (Barcelona, 1957) es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona. Miembro fundador de las revistas de poesía Asimetría (1986-1988) y Hora de Poesía (1979-1995), fue, además, directora de esta última. En Hora de Poesía tradujo a numerosos autores, y realizó varias antologías, algunas en colaboración. Actualmente es editora y directora, junto a Ricardo Cano Gaviria, de Ediciones Igitur. Ha traducido  El ladrón de Talan, de Pierre Reverdy (1997) y, en colaboración con Cano Gaviria, Satán dice de Sharon Olds; es autora de la antología Siete poetas norteamericanas actuales -en colaboración con Susan Schreibman-(1991, 1992) y de los poemarios La noche es una voz soñada (1994)  y El sur hacia mí (2001), asi como de las plaquettes Leyendo a Alejandra Pizarnik (1999), Cuaderno de Egipto (2000) e Intermedio (2001). Igualmente ha realizado y traducido las ediciones antológicas de los poetas catalanes Joan Perucho y Rosa Leveroni (2000) y, en colaboración con Cano Gaviria, la de Carlos Edmundo de Ory (2001). Ha sido incluida en diversas antologías, así como en libros de homenaje a varios poetas entre los que destaca Del corazón de mi pueblo (Homenaje a Rafael Alberti), Tempestades de amor contra los cielos (Homenaje a José Agustín Goytisolo)(2000), y Homenaje a Eugénio de Andrade, Portugal (2001). Acaba de aparecer una selección de sus poemas en italiano.

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Ricardo Cano Gaviria

Ricardo Cano Gaviria nació en Medellín en 1946. Realizó estudios primarios y secundarios en el Instituto San Carlos de esa misma ciudad, donde fue profesor de filosofía y psicología. En 1966, ingresó en la Universidad de Antioquia, donde cursó  estudios generales y de sociología; al año siguiente fue profesor asistente de sociología en la misma Universidad, que abandonó tras la huelga estudiantil de 1966.

     Residió  en Francia entre  1968 y 1969, y se radicó luego en  España, donde vive desde 1970. Codirigió durante varios años la recientemente desaparecida revista española Hora de Poesía con su mujer, Rosa Lentini, con quien cofundó en 1997 Ediciones Igitur.  Libros publicados de narrativa: El Prytaneum (novela, Instituto colombiano de cultura, Bogotá, 1981); Las  ciento  veinte jornadas de  Bouvard y Pécuchet  (J.R.S.editor, Barcelona,  1982);En busca del Moloch  (relatos, Ediciones Tercer  Mundo,  Bogotá, 1989);El Pasajero  Benjamin (novela, 1989; reeditada en 1993 por Monte Avila, para el Pacto Andino, en versión revisada, con el nombre de El pasajero Walter Benjamin); Una lección de   abismo (novela, Versal, Barcelona, 1991, Alfaguara, Bogotá, 2001). Libros de ensayo y biografías: El Buitre  y el Ave Fénix, conversaciones con Mario Vargas Llosa (ensayo y diálogo, Anagrama, Barcelona, 1972); Acusados: Flaubert y Baudelaire (ensayo, Muchnik  editores, Barcelona, noviembre de 1984);La vida en clave de sombra de José Asunción Silva (biografía, Monte Avila Editores, marzo de 1992). Premios literarios: Premio Navarra de Novela 1988 (España) por El pasajero Benjamin; Premio Nacional del libro Pedro Gómez Valderrama (a la mejor novela colombiana publicada en el quinquenio 1988-92) por Una lección de abismo.

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Copyright © 1999 Ediciones Igitur. Reservados todos los derechos.                                                   Revised: 14 de abril de 2002 .